R E M E M B R A N Z A S
Cuando en las reuniones familiares recordamos diferentes pasajes de nuestras vidas en nuestro pueblo Monteagudo refiriéndonos a sus costumbres; mi madre, hermanos y amigos me dicen que escriba mis remembranzas destacando esos momentos tan interesantes y propios de una vida sencilla y tranquila que vivimos a lado de nuestros padres y paisanos, y que con el tiempo corren el riesgo de quedar en el olvido. Pretendo con ese impulso, plasmar en las siguientes páginas las vivencias y recuerdos de situaciones que no se han borrado de mi mente y son parte de un inventario seleccionado por mi cerebro, que deseo compartir con quienes lean estas historias disfrutando de un pasado no tan lejano pero sí ya diferente a estos días del año 2007. Claro que ésta no es una obra literaria ni nada por el estilo, más sí, con una redacción sencilla y en algunos casos utilizando palabras propias del Sauceño, versará acerca de ocasiones concretas y reales en que relato especiales pasajes de aquel añorado y querido San Antonio de los Sauces. Para ubicarnos en el tiempo, simplemente escribiré mis recuerdos mencionando las décadas en que se produjeron y así verán a la par de mi propia vida, la evolución del terruño que me vio nacer, como también partes de mi vida en Sucre y La Paz. Nací el año 1949 y por eso, hasta la década de los setenta mis escritos serán los de un niño y joven que vivió como lo hicieron todos, poniendo pluma a los recuerdos de familia, escuela, juegos, fiestas, costumbres, etc, para luego desde los setenta comentar sobre hechos como parte activa del devenir provincial.
Santa Cruz, Enero de 2007
LA CASA PATERNA
Trataré de describirla como está registrada en mi mente:……….(Años 50 a 60) (AHORA ES MUY DIFERENTE). En una panorámica desde la Cruz de la Misión, el pueblo se extendía hacia el sur con dos calles ( Bolivar y Sucre ) ,atravesadas por callejones angostos y cortos entre ambas que son las principales y únicas en realidad.
Hacia el Este colinas en las que destaca “El Calvario” y hacia el Oeste, el rio Sauces, tambien delimitado por otras colinas, destacando al fondo la hermosa serranía del Yanguilo, que siempre me preguntaba porqué se la veía color azul en la lejanía.
Las casas agrupadas, no pasaban de la cancha de futbol en el Norte y de la casa de don Alcibíades Rojas en el Sur ( Donde ahora está la Avenida Marcelo Arana), cuando unas cuantas muy aisladas estaban, pasando el rio Sauces en dirección al cementerio y otras en el camino a YPFB (Turupampa) al Norte, como era el caso de la del Director Siles. En la calle Bolivar, en las faldas de la colina que dá hacia el Zapallar estaba ( y está) la casa de mi infancia.
En aquellos tiempos…….edificada casi sobre medio manzano, colindando con la casa del policia Sr.Rómulo Tellez (Norte) y la escuela Bernardo Monteagudo ( Sur) al este colina del Zapallar y al oeste Calle Bolivar. Observando desde fuera se veían sus corredores, con horcones y con piso de losetas de piedra, impactaba detrás de la edificación una altísima palmera ( dátil) que se dejaba ver desde muchos puntos del pueblo.

PARTE DEL PRIMER PATIO-1960
Todas las noches casi como un ritual, mi padre y mi madre, después de la cena, tomados del brazo, recorrían el corredor que daba a la calle, en idas y vueltas comentando algún tema. Sus paredes de adobe sumamente gruesas como el alto techo de teja colonial daban frescura y al mismo tiempo calor a los ambientes de la casa. Una habitación grandísima dividida por un telón, separaba el dormitorio principal de la sala de costura de mi madre donde había una gran mesa de corte y confección con su máquina “Vesta” ,sillas y un espejo. Al lado la sala de visitas con empapelado en sus paredes y a continuación otra gran habitación que hacía de depósito. Unas habitaciones tenían tumbado o tela de cielo raso Ingresando hacia el gran patio lleno de árboles frutales, otro corredor con horcones que recorría toda la casa y hacía un ángulo en el comedor hacia la cocina y galpones. La grande mesa de madera medía como 4 metros y era sumamente pesada, teniendo a su lado las bancas también grandes en toda la extensión de la mesa. Allá en un rincón se ubicaba el filtro de agua en su pedestal de madera y que de por sí daba la sensación de frescura. El área de cocina tenía dos ambientes: la despensa desde donde pasaban la comida por una ventanita o torno y la cocina misma a continuación en la que se cocinaba con leña y por lo tanto estaba llena de humo. Más atrás venía un amplio galpón, depósito de maderas y utensilios de agricultura .En el fondo un horno de barro. Todo esto en el primer patio con sus naranjos, manzanas, higueras , flores y con el gran datil en medio.

JUNTO AL DATIL-PRIMER PATIO
Dividía éste primer patio de la huerta de naranjos un portón con marcos de madera . La huerta se extendía unos 80 metros hacia las faldas de la colina y estaba amurallada con tapial.

LA LAGUNA Y LOS GANSOS-1962
Allá al fondo teníamos otro portón, éste de palos largos que se apilaban en medio de quina-quinas gruesas que los soportaban. Pasando aquel portón ( donde ahora es una nueva calle), estaba el “pozo” que en realidad era una pequeña laguna para los gansos y patos de la casa. Recuerdo las noches en aquella casa, cuando al obscurecer, mi padre en un ritual cotidiano, encendía dos lámparas “Ayda” y las colgaba en el comedor y la sala de costura. La cena reunía a toda la familia con el papá en la cabecera de la mesa comentando lo ocurrido en el día. Generalmente mi hermano mayor Santiago llegaba de la propiedad de “El Zapallar” con novedades de la jornada. Están también en mi recuerdo las visitas de mi abuelo don Pedro Zárate que a la hora de la cena me traía biscochos de premio para que acabe de comer los alimentos que no me gustaban. Asimismo quedan en mi mente la chancaca y tablillas que endulzaban nuestras bocas después de la comida y eran mis delicias. Esa es la casa que me trae tantos recuerdos y que ahora tan cambiada está pero igual se convierte en un baúl de remembranzas de infancia. Muchas cosas hay que relatar de lo vivido entre esas paredes y en un ambiente tan grande y amplio, sostenido por el amor paternal y maternal de Alejandro y Nilfa

LA CASA ACTUALMENTE-2007
DECADA 1950 – 1960
PASEO AL BAÑADO (1956)
“Don Alejandro, hemos venido en nombre de la profesora Edith de Gutierrez, para que permita que nuestro compañero Jorge vaya con nosotros al paseo de la Escuela al Bañado. El nos dijo que no tiene permiso”. Eran Pepe Salamanca y otros dos compañeros del primer curso de la Escuela Bernardo Monteagudo, que en el ambiente familiar que nos movíamos en nuestro querido Monteagudo, fueron a influir en mi cuidadoso padre para que me permita compartir en el paseo que era tradicional al comienzo del año escolar. Mi padre ante semejante delegación concedió el permiso con varias recomendaciones para que nos cuidásemos y sigamos al pie de la letra cuanto dijesen los maestros. A las 5 de la mañana, clareando el día, comenzó el bullicio en la escuela y alrededores preparándonos todos los cursos con nuestros respectivos maestros para salir hacia las inmediaciones de la finca del Sr. Clemente Franco en las riberas del río Bañado distante nada mas de 5 kms. del pueblo. Que emoción….Parecía que íbamos a lugares remotos. Las ollas colgadas en palos en hombros de los alumnos mas grandes o de cursos superiores y comenzó la caminata ante el silbato emitido por el profesor de educación Física Hugo Abdelnur. “Hermoso día nos tocó, al campo iremos sin cesar, bajo la mirada del Creador, reina la alegría y el buen humor……….etc.” . Nos daba el tono con su melodiosa voz, la profesora Julieta Carvajal. Unos saltando, charlando, recorrimos el pequeño pueblo que en ese entonces terminaba en la casa de don Alcibíades Rojas (el único peluquero de aquellos tiempos). No tardamos mucho en llegar al Bañado, frente a la casa del Sr. Franco y de inmediato todos los cursos escogieron sus campamentos macheteando los árboles para hacer una especie de casuchas limpiando de malezas los pisos. Los profesores o los alumnos mayores empezaron a construir mesas de waranway tejidas con moras. Al mismo tiempo se reunía leña para encender el fuego con piedras que soportaban las ollas. Allá se prepararía el desayuno y posteriormente el almuerzo. Recuerdo en éste mi primer paseo que entre otras, estaba Tiuca del Hotel Salamanca acompañando nuestro curso para encargarse de la rica comida. Realmente nos tocó un hermoso día como en la mayor parte del año brinda aquella bella región con clima tan benigno. Todos correteábamos por el Bañado que es un río desplayado y sin piedras, no sé si porque en niños todo nos parece grande, lo veía imponente e inmenso. En ningún momento faltaba la mirada atenta y cuidadosa de los maestros a quienes profesábamos mucho respeto y su palabra era como una voz de mando militar que debía cumplirse de inmediato. Entre baño, carreras por aquí y por allá, concursos de los más variados y degustar las comidas que cada curso escogió, transcurrió ese inolvidable día disfrutando de la hermosa campiña y su cristalino río. Al estar concluyendo el paseo, el sexto curso de la escuela hizo un café con humintas e invitó a todos los profesores de los demás cursos y a esa hora llegó en un majestuoso caballo el Rvdo. Padre José Maximiliano von Berg . Vestía sotana caqui y cubría su cabeza un hermoso sombrero clásico de los sacerdotes. Era costumbre hacerlo participe de éste acontecimiento, pues la escuela era de las más importantes instituciones de aquel entonces y se merecía la participación del párroco que en éste caso era un alemán de impresionante presencia. Mi padre le había pedido al Padre Berg llevarme de retorno al pueblo, y con orgullo pronto me vi en las ancas de su hermoso caballo volviendo a casa después de una experiencia inolvidable y la primera que me separó unas horas de la casa familiar. Aquí menciono a algunos de mis compañeros de curso: José Victor Salamanca, Franklin Salazar Pacheco, Oscar Balderas, Ramón Ledesma, Ramoncito Menduiña, Valerio Chavez, Keko Zardán, Juanito Lavardenz y muchos otros del campo que no recuerdo sus nombres.
VIAJE A SUCRE ( 1956)
No recuerdo exactamente si fue en Noviembre del 56 o comienzos del año 57, pero estaba disfrutando de mi primera vacación de escolar y había culminado el primer curso recibiendo el Diploma de Honor de Primer Alumno, que dio lugar al premio familiar de un viaje a la ciudad de Sucre. Con exactitud sé que a las cuatro de la mañana partimos de Monteagudo junto a mi madre doña Nilfa Zárate de Sensano, rumbo a Sucre. El Ingeniero Juanito Daza, conductor del jeep Willys verde, de propiedad del SAI (Servicio Agrícola Interamericano), era quien nos llevaba de pasajeros en el que se había propuesto sería uno de los primeros viajes a Sucre en un solo día. (Todos los transportes en aquel entonces hacían un día a Padilla y el segundo a Sucre). Muy emocionado de trasladarme a conocer la gran ciudad Blanca, me ví en el interior del pequeño coche. Era un jeep verde totalmente lineal y casi cuadrado con sus dos ventanas atrás, que no sé como pudo cargar las maletas y cajones que llevábamos. La ventaja que tenía era su doble tracción y el guinche con que estaba equipado y que haría franquear cualquier lodazal que encontrásemos en el camino. Era época de lluvias y pronto nos vimos frenados en un tremendo barrial que imagino fue en las inmediaciones de “Tembladeras”, cuando ya había salido el sol. Fue la primera y única prueba para el forzudo Willys que ingresó al lodazal con su doble tracción conectada y que nos zarandeó de un lado a otro dentro su pequeño habitáculo, zumbando el motor hasta quedar colgado y patinando. No se borran de mi mente el temor que ví dibujado en el rostro de mi madre que seguramente era menor al mío propio que pensaba que ya nos volcábamos. El jeep quedó sin movimiento y los cuatro pasajeros tuvimos que bajar a chapalear en el barro. El cuarto pasajero que iba en la parte trasera del jeep casi perdido en medio de las maletas era mi hermano mayor, Santiago. Observada la situación, Tago, estiró el cable del guinche y lo enganchó en un árbol cercano yá fuera del barrial. Inmediatamente después vimos como el Willys salía con su propia máquina sorteando el obstáculo que las lluvias nos habían puesto. Contentísimos de haber superado semejante contratiempo, continuamos nuestro viaje. Recuerdo que pasamos a algunos camiones por la zona del “Astillero” y más allá ví como nos acercábamos a una de las primeras novedades de mi corta existencia. Se trataba de la Estación de bombeo de la Willam Brothers de “El Rosal”. Me pareció estar conociendo algo fantástico. Casas bonitas y bien construidas, su grandioso tanque de almacenamiento de petróleo, el rugir de los motores y lo más extraordinario…los focos de luz eléctrica. Hasta entonces solo conocía lámparas a kerosene (alguna vez había conocido también la estación No. 2 de Monteagudo con las mismas características del Rosal). En el pueblo de Monteagudo no había luz eléctrica. Al llegar a Padilla también me sorprendió ver un pueblo más grande que el nuestro y con mucho mayor movimiento. Se veían más carros y más tiendas. Comimos algo en el hotel de don Fidencio Mostajo que por ser amigo de mis padres nos acogió como todos lo hacían en esos tiempos, es decir casi familiarmente. Proseguimos viaje sin mayores inconvenientes pues la carretera entre Padilla y Sucre fue siempre más estable hasta llegar a destino después de nuestro tránsito por Tomina, Zudanés, Tarabuco y Yamparaez. Serían las once de la noche cuando desde la garita de Santa Ana, en medio de los cerros Sica-Sica y Churuquella observé anonadado y casi sin creer, el fantástico paisaje que me mostraba nuestra capital con miles y miles de luces extendidas sobre el manto negro de la noche. Bajamos por el Guereo y mis atónitos ojos observaban curiosos cuanto se presentaba a mi vista. Naturalmente lo que más me atraían eran los automóviles que por vez primera conocía. Pasamos por la plaza principal y realmente me pareció grandiosa y bella. Intactos permanecen en mi mente los momentos cuando el jeep se estacionó en la calle Bustillos, donde vivía mi tía Chela y tocamos la puerta de calle con esos tocadores de hierro en forma de una mano, para pronto dar el abrazo a nuestros anfitriones: la tia y los primos. Había culminado mi primer viaje a una ciudad y habíamos cumplido el propósito del Ing. Daza de hacer el trayecto Monteagudo-Sucre en un solo día.
MATICO (1957)
Con gran curiosidad y parecía que hasta sin poder explicarse, todos los ojos de la gente en el pueblo, observaban a un simpático señor que recorría las calles vestido con elegante y blanco short, calzando sandalias playeras no vistas hasta ese tiempo en Monteagudo. Era don Carlitos Forenza que había llegado de vacaciones cuando trabajaba en YPFB en la Terminal de Arica-Chile ( al menos eso se comentaba) y naturalmente vestía de acuerdo al clima caluroso que tenemos en nuestro querido Monteagudo pero fuera de las costumbres lugareñas que daban lugar a esa observación de su vestimenta y los comentarios de algo nuevo. Casi frente a mi casa paterna está la de los Borja-Forenza con quienes tratamos de parientes y en la infancia compartimos momentos muy lindos-. Precisamente en ésta ocasión, cuando llegó don Carlitos, nos reunimos en su casa a ver y escuchar una hermosa radio que había traído y otras cosas que nos llenaban de curiosidad. Pero el motivo de ésta reseña es referirme a una costumbre de niños que teníamos al imitar a los choferes en el antiguo camión que tenía don Carlitos en el patio de casa y que en realidad estaba convertido en gallinero. Movíamos el volante, emitíamos ruidos de motor con nuestra propia voz, hacíamos vip.vip. en fin con nuestra mente y con nuestros ademanes nos sentíamos grandes conductores. Resulta que don Carlitos con sus conocimientos de mecánica rehabilitó su viejo Ford o Chevrolet o Inter ( no recuerdo exactamente la marca) y un día cuando logró encender el vehículo y rehabilitarlo, decidió ir al Zapallar por leña que era tan necesaria en aquellos tiempos cuando no teníamos cocinas a gas o eléctricas. Todos los chicos fuimos parte del recojo de la leña pues de paso nos dimos el gusto extraordinario de ir sobre un carro. Al retorno, descargamos el carro y amontonamos la leña en el patio. Al centro tenían los Borja un poste alto, en cuya parte superior, estaba clavada una pequeña casita de madera , morada de un travieso, simpático y bullicioso monito llamado Matico, que hacía acrobáticos giros casi como volando alrededor, colgando de una cadena. Era espectacular y nos divertía tanto que lo contemplábamos en sus piruetas. Los chicos de casa, en éste caso Carlos Forenza, hijo, Renato y Hernán Carvajal, por ser dueños de casa gozaban de la amistad de Matico a los que abrazaba y se colgaba de sus cuellos. Quise imitar tales acercamientos a Matico y terrible sorpresa, cuando estuve a su alcance, se prendió a mi cuello, me mordió la oreja (cuya cicatriz tengo hasta ahora) y también una mano. Tragedia total, no sé como pude desprenderme de Matico, pero ensangrentado salí corriendo rumbo a mi casa con un temblor tremendo ocasionado por el gran susto y por el temor a recibir una reprimenda de mis padres. En efecto, cuando serían las 6 de la tarde, me metí en cama, no sin antes haberme puesto un pedazo de hoja de papel de mi cuaderno en la oreja herida, pretendiendo que no se enteraría mi padre de la travesura, cosa que no ocurrió pues me delaté por mi temprana metida en cama. No hubo la temida reprimenda, sino las recomendaciones de no jugar con animales que no me conocían.
EL CATECISMO (1957)
Se escondía el sol tras la hermosa y azulada cordillera del Yanguilo a veces con sus bellísimos y multicolores celajes y escuchábamos el lento tañido de las campanas originados en la torre del campanario de la Iglesia de San Antonio de los Sauces. Era la “O R A C I O N ”. Me habían enseñado que a esa hora debíamos acordarnos de Dios y agradecerle por el día con un rezo. También era el momento que los guapos hombres después de haber trabajado en labores agrícolas durante el día, empezaban el retorno a casa. Recuerdo que en medio de la paz y el aire apacible de nuestro pueblito parecía que las ondas sonoras de las campanas iban muy lejos llevando su mensaje de oración y descanso hasta el Zapallar, Chuncusla, Candúa o el Divisadero en los cuatro puntos cardinales. Los niños mientras tanto, apresurados confluíamos en la plaza 20 de agosto para esperar se abra la Iglesia y el Rvdo. Padre Berg comience el rezo del Santo Rosario. Ahí a un costado del cuadrante se destacaba el templo con su torre blanca en cuya cúspide estaban las campanas. Las aceras de la plaza eran de lozetas de piedra y la ornamentación consistía en altos árboles de naranjo más o menos equidistantes con ligustrillos en medio. Destacaba asimismo un frondoso “paraíso” frente a la casa del Dr. Arancibia. Casi al centro, como hasta hoy, estaba el kiosco y a unos metros de él un reloj solar, instalado sobre un pìlote de adobes rebocado. Ya caída la noche, veíamos dentro del templo la luz de la lámpara “Ayda” a kerosene que había encendido el monaguillo e ingresaba invitándonos a pasar y tomar asiento en los escaños. Inmediatamente ingresaba el Padre Berg imponiendo con su presencia una solemnidad y autoridad que espectábamos en gran silencio. Hacía una genuflexión frente al altar y luego tomaba asiento en un sillón expresamente construido para él. En medio de sus dedos recorría las cuentas del Santo Rosario y empezábamos el rezo del mismo, mencionando los cinco sagrados misterios. Al concluir el Santo Rosario después de los Padre Nuestros, Ave Marías y Glorias, llegaba el momento del CATECISMO. Era lo más esperado por los niños, pues la solemnidad daba paso a más distensión a los minutos de repasar el Catecismo. Nos retirábamos de los escaños para sentarnos en el suelo, rodeando al Rvdo. Padre en torno a su mullido sillón. Allá estaba él, imponente haciendo preguntas sobre el catecismo: las oraciones como el Credo, el Dios te Salve y otras, los mandamientos, los misterios, etc, etc. Ante cada respuesta acertada ganábamos PUNTOS, traducidos en boletos con un sello y firma del párroco. Estos eran los que debían acumularse para tener derecho a regalos como Catecismos, estampitas, rosarios e incluso algunos juegos de mesa. Estos regalos por supuesto merecían acumular en varias sesiones de catecismo muchos puntos. Así transcurría el Catecismo y al final, después de la bendición sacerdotal, salíamos a la plaza para emprender el retorno a nuestras casas en medio de casi total oscuridad pues solo iluminaban parte de las calles, las lámparas, lampiones, mecheros o velas dentro de las casas.
EL RIO
Verdad que en niños todo nos parece más grande. El río Sauces que cruza nuestro pueblo de Norte a Sur me parecía inmenso. Si iba al Zapallar veía su río más imponente y ni que decir del Bañado que se me mostraba como algo impresionante. El Sauces fue el que nos brindaba sus refrescantes aguas en nuestros momentos de ocio. Las pozas de “La Peña” y el “Chorro” eran los lugares preferidos por todos para el baño. Desnudos y sin traje de baño correteábamos por el río salpicándonos unos a otros y sin sentir ni preocuparnos por las menudas piedras de su lecho. Trepábamos las coloradas lajas a lado de la pocita y brincábamos en medio de gritos y ademanes. Mientras tanto otros chicos, ponían sus pies en el arenal de la ribera, cubriéndolos con arena y construyendo hornitos. Otros dejaban caer la arenilla mojada, formando pequeños castillos que en algunos casos adornaban con ramitas que simulaban huertas. Los más traviesos se perseguían echándose arena en las espaldas. Todo era divertido. Pero no todos los días podía disfrutarse de aquel río. Recuerdo que en tiempos de sequía salía una ordenanza municipal (que se leía mediante los bandos), prohibiendo bañarse y lavar ropa, pues la poca agua que había se dedicaba al consumo humano. En una de esas ocasiones me di el susto de mi vida. Estábamos bañándonos en “La peña” sin tomar en cuenta la ordenanza y de abajo escuchamos acercarse a gran velocidad haciendo sonar los cascos de su caballo en las piedras y salpicando agua, al alcalde en persona, que era un Sr. Teófilo Pinto. Los primeros en verlo gritaron “El Pinto…El Pinto” y corrimos despavoridos a recoger nuestras ropas y ocultarnos en medio de los matorrales de la ribera. . Tal era el temor que sentíamos por la autoridad. El solo estaba haciendo cumplir la ordenanza. Cuando caía una lluvia fuerte y prolongada, especialmente cuando se veía que provenía de la parte Norte por las nacientes del Sauces era seguro que el río “llegaba” y al escucharse el retumbar de piedras y el peculiar ruido de una avenida, gran cantidad de gente acudía a las partes altas de la población a espectar como pasaban ramas, troncos y a veces algunos animalitos, arrastrados por las turbulentas aguas. Era un espectáculo muy emocionante que daba lugar también a poner de manifiesto la osadía de algunos hombres de campo que se ufanaban por ser los primeros en pasar de un lado a otro en sus caballos. En esas avenidas del río, a veces éste se desbordaba formando curiches donde era fácil agarrar con la mano sardinitas, chujrumas y cucharillas. Un lugar así era en los bajíos del “canchón” del Dr. Céspedes que en la parte alta tenía una linda huerta de cítricos. La poza del “chorro” era considerada más honda y por lo tanto de más cuidado para los niños, que “La Peña”. Estaba bordeando la propiedad de mi tío Armando Betancourt Zárate y allá siendo más grandecitos acudíamos para bañarnos. Era también el lugar donde se recogía barro negro para hacer los trabajos manuales encomendados por los profesores, consistentes en mapas de Bolivia, cubos, paralelepípedos, esferas y otras formas. Recuerdo que con ese barro los profesores Urbano Gambarte y Norberto Salazar formaban bustos de personajes de nuestra historia nacional comenzando en Manco Kapac y terminando en Bolivar, Sucre y Bernardo Monteagudo. Son inolvidables mis recuerdos del cristalino y puro río de mi pueblo.
EL TRACTOR (1958-1960)
Tan pequeño era nuestro Monteagudo, que por la distancia e incomunicación con las ciudades, todo vehículo que existía en el medio o los que llegaban, atraían grandemente nuestra atención. Que maravilloso especialmente para mí, que desde niño gusté de los motores, ver la Power Wagon de Mister Paras, el Willys del Ingeniero Juanito Daza recorrer las polvorientas calles del pueblo. Los únicos camiones que recuerdo existían, eran el GMC de don Victor Salamanca, el Inter de don Ceferino Orias y la Wipet de mi tío Andrés Zárate. De cada uno de los carros mencionados tengo recuerdos. Cuantas veces fui al Zapallar a recoger leña en la Power de Mister Paras (un canadiense que era el pastor evangélico de Monteagudo), muy amigo de mi padre y que por ello, sin mayor inconveniente le daba una mano trasladándole esa carga imprescindible en aquellos tiempos en cada hogar. Cómo me atraía ver en el interior de su cabina tan estrecha, aquel ventilador pequeño instalado en su tablero, que con su vaivén nos refrescaba en el caluroso ambiente local. En el GMC de don Victor varias veces participé con mi amigo Pepe (su hijo) de recojos de maíz de diferentes propiedades cercanas a Monteagudo. Es inolvidable recordar como jugábamos en la carrocería, hundiéndonos hasta la cintura en medio del maíz que se trasladaba. Cuando el retorno era nocturno y nos tocaba noche de luna, era fantástico…..observábamos la inmensidad del cielo, preñado de bellísimas estrellas que nos transportaban fantasiosos a otros mundos. En casa no teníamos camión, pero allá, debajo de un galpón techado con calamina, estaba estacionado un tractor marca FORDSON (así como está escrito, no FORD la marca que hoy conocemos). Este era mi gran vehículo. Las cuatro ruedas eran de fierro, las dos traseras, grandes y con especie de púas para facilitar su tracción. Su volante era durísimo y apenas podía girárselo. Tenía su palanca de cambios y su freno, tremendamente duros también. Toda esa tosquedad, no era traba para que haga girar animosamente la manija que tenía el Fordson incorporado en la parte delantera y lo encienda produciendo gran sonido de su motor. Inmediatamente abordaba el tractor para empujar con todo mi peso el pedal de embrague, mover la palanca de cambios y echar a andar el tremendo aparato. Brummmm…..brummmmm…..brummmm y estaba en marcha…….Se darán cuenta que todo era imaginación, pues el tractor era tan antiguo y durísimo que apenas podía mover un poco su volante y jamás lo ví funcionar. Este tractor había llegado a casa como parte de un equipo de aserradero que mi padre instaló en sociedad con unos jóvenes Orureños en la parte Norte de la finca de El Zapallar. Creo que nunca llegó el aserradero a funcionar y allá en nuestro patio estaba el tractor estacionado, para convertirse en una de mis distracciones favoritas de niño-tuerca.
MI CABALLO BAYO
Aunque pocas veces lo monté, el caballo al que mi padre le puso mi marca que consistía en una J y A unidas que significaban Jorge Alberto, era un equino del que hasta hoy me siento orgulloso. Seguramente por el color de su hermoso y fino pelaje, una especie de canela-mostaza y su crin y cola negros, le pusieron el nombre de “BAYO”. Era alto, muy brioso. Me decían que fue mal “amansado” y por eso era tan quisquilloso y ligero. No dejaba que pongan los pies en el estribo y ya estaba poniéndose en encabritada marcha. Jinete que no lo conocía o no era diestro, caía. Estar sobre él era imponente. Empezaba a andar cruzado y siempre reacio a que lo monten. Mi hermano Santiago era el único que por sus dotes de excelente jinete podía sentirse seguro en el lomo de tan espectacular equino.
IRMA - AMAZONA
Teníamos otros caballos muy regios pero más dóciles. El “COLORAO GRANDE” destinado a mi padre y que lo recuerdo muy noble y tranquilo, que imponía en su estampa, seguridad y sosiego. El “Rosillo” muy suave en su andar. El “Lobuno”, un potro sensacional que con su larga crin se mostraba hermoso. El “Negrito” era un caballo más bajo que los otros, pero con fama de “pasurco” y suave, con seguridad el mas tranquilo y que se lo podía cabalgar sin ningún cuidado.

EL COLORAO,EL MORO Y EL ROSILLO
Pero vuelvo al “BAYO”, porque era el caballo con mi marca. Decía antes que pocas veces lo monté y efectivamente fue así. Como a mis nueve años me mandaron a estudiar a Sucre, no disfruté de éste hermoso ejemplar que si bien podría tenerlo bajo mis riendas en vacaciones, era tan brioso que no me permitían cabalgarlo. El año pasado en una reunión de amigos paisanos en La Paz, salió en comentario del amigo Zacarías Herrera la prestancia del “BAYO”, y él rememoraba las varias ocasiones que con mi hermano Alex cuando ya eran colegiales y por lo tanto el caballo mas viejito, intentaban enlazarlo. Contaba que perdían horas en conseguir su cometido y a veces lo lograban. Era tan hermoso y rebelde mi caballo “BAYO”.

PASEO CON LA FLIA. VACACIONISTA
A CABALLO
DELEGACION ESTUDIANTIL
SUCRE-CAMIRI (1960)
Mis padres decidieron el año 1959 enviarme a la ciudad de Sucre a proseguir mis estudios escolares. Siempre quisieron darme todas las facilidades para tener la mejor de las educaciones y que mejor sea en la culta Charcas que naturalmente ofrecía mejores opciones que las de nuestro pequeño pueblo. Mi apoderada fue la hermana de mi padre, doña Dora vda. De Urdininea, una mujer de mucho carácter, personalidad y al mismo tiempo conocedora de las normas y reglas de urbanidad que inculcaría en el sobrino que llegaba de la provincia y que debía pulir para ingresarlo adecuadamente a la cotidianidad capitalina. Ella era catedrática de Pedagogía en la Escuela Nacional de Maestros “George Rouma”, lo que la ubicaba en sitial de contacto en la sociedad sucrense. Causa en mí hilaridad, recordar como esta tía encopetada, quería incluso blanquear mi morena tez, mucho más obscura que la suya tan blanca, encomendando a la cariñosa prima Dorita Beatriz, lavarme con agua de arroz. Realmente quería para su sobrino lo mejor y que esté preparado física e intelectualmente para afrontar la conservadora vida citadina chuquisaqueña. Con las influencias de la tía, fui inscrito en la prestigiosa Escuela de Aplicación “Adolfo Siles” donde cursé cuarto, quinto y sexto de escuela. Creo que todo el primer mes de clases del año 1959 en cuarto curso, comenzaba la jornada llorando por la lejanía de mi casa paterna. Era tan llorón que ni bien salíamos a recreo, me iba a un rincón a recordar a mi madre que la sentía tan lejos allá en Monteagudo. Mis compañeros ser reunían a mi lado a consolarme y no comprendían el porqué de mis penas. Iban corriendo a la dirección y decían “ Director, el CINZANO está llorando……”. Me llevaban a la dirección y allá el Director “Chapaco Garcia” me amonestaba y exigía que sea valiente y afronte la separación de mis padres, pues era para mi mejor educación. Seguramente estas situaciones que se repetían con frecuencia cansaron al Director, que finalmente me dijo me castigarían si seguía con mis lloriqueos. No obstante esas mis depresiones de hijo mimado, rápidamente destaqué en la escuela por mis aptitudes deportivas y musicales. Era el más veloz del curso en carreras y el profesor “Pajarito Ruiz” me identificó para los números estelares de las pirámides que hacíamos en Gimnasia. En música, mi maestra la profesora Anita de Villafan y mis compañeros admiraban mi conocimiento de todos los himnos departamentales que me habían enseñado en Monteagudo estando apenas en tercer curso. En fin, era tomado en cuenta en todo evento escolar sea deportivo como musical y de baile. El estricto seguimiento que hacían mi tía y prima de mi vida escolar hizo que en los exámenes destaque entre los mejores alumnos lo que dio lugar a los esperados Diplomas de Honor con que se motivaba a los alumnos aplicados. En el acto de clausura del cuarto curso ( primero en Sucre), el Director al momento de entregarme mi Diploma no dejó de decir….” …y el lloroncito de Monteagudo nos resultó buenazo…” Recuerdo a varios de mis compañeros de aquella escuelita, pero muy especialmente a Heberto Cuellar con quien disputábamos el primer lugar de aplicación y que fue gran amigo. Siempre me invitaba a su casa de la Plaza 25 de Mayo donde su distinguida madre me trataba con mucho cariño. Fue así como conseguí ser de los protagonistas en las actividades escolares. Yá en quinto curso, la escuela se presentó a un Gran Festival inter-escolar de danzas latinoamericanas realizado en el Teatro Gran Mariscal de Ayacucho donde con una representación de Haití, conseguimos el primer premio consistente en un monto económico importante concedido por el municipio. Se sucedieron los reprises de esa danza junto a otros números en el Teatro 3 de Febrero y en la Normal de Maestros hasta casi hacerse una rutina nuestro baile embadurnados de crema de calzados negra que nos mostraban como nativos caribeños. El bailarín principal de la danza era Carlos Suarez, un camireño del sexto curso que se convirtió en el mandamás de la escuela que impresionaba incluso a los maestros por su acento y por ser tan extravertido. Pienso que de alguna manera fue éste personaje el que dio la idea de viajar a la población Petrolera de Camiri llevando un espectáculo estudiantil de danzas y canto. Contactaron con la escuela “Ovidio Barbery” dependiente de YPFB en Camiri y se convino un intercambio de visitas artísticas y deportivas entre delegaciones de ambas ciudades. Entre los argumentos de los profesores para hacer realidad este viaje estaba además el de conocer la famosa capital petrolera del país. Llegó el día en que nos vimos viajando de Sucre a Camiri. La delegación iba en un camión del Sr. Villalpando ( en ese tiempo no habían flotas). Yo tenía la suerte de ser amigo íntimo de Gonzalo Mendoza , hijo a su vez de otro gran amigo de mi padre don Juanito Mendoza, que era el encargado de Clubes 4-S del Servicio Agrícola Interamericano, quien coincidió uno de sus viajes a las provincias para además llevar en su jeep a Gonzalo. Junto a dos maestras fuimos los privilegiados en viajar en movilidad chica y mejor que el carro de la delegación. Fue emocionante todo el viaje, pues en Zudañes y Padilla nos esperaron las escuelas como si fuésemos una delegación de gobierno o autoridades. En realidad era seguramente muy poco frecuente esta clase de viajes en aquellos tiempos. La recepción en Monteagudo fue por demás especial. Estaban ahí los alumnos de la Escuela con su estandarte y bien uniformados, junto a los maestros, dando el abrazo de bienvenida a docentes y alumnos de una escuela de la Capital. Por supuesto que yo hinchaba el pecho de orgullo por tan amistosa bienvenida en mi pueblo. Distribuyeron a todos los miembros de la delegación a tres casas de padres de familia en Monteagudo, entre ellas la mía para invitarles té y hacer pasear el pueblo a los visitantes durante su corta estadía de nada más que horas, antes de su paso a Camiri. Recuerdo que fue una tarde, en la noche se presentó nuestra Velada artístico-musical que era como un previo a la estelar que ocurriría posteriormente en Camiri. Asistió gran parte del pueblo de Monteagudo a aplaudir a los estudiantes sucrenses entre los que me encontraba yo. Fue exitosa la presentación. Pernoctamos y al día siguiente se prosiguió a la capital petrolera. Después de tener también amistosa bienvenida en Muyupampa donde los maestros comprometieron una velada al retorno de Camiri, pasamos a nuestro destino final donde los camireños nos esperaron cual si fuésemos delegados de un gran equipo de futbol o institución gubernamental. Cada alumno tenía su anfitrión en casa de un estudiante de la escuela Ovidio Barbery de YPFB. Me tocó alojarme en casa de Ramón Blanco, que además me había escogido de huésped por parentesco. Fue el y su familia sumamente amable e hicieron que pase unos días maravillosos en la ciudad petrolera. En visitas previamente programadas conocimos los pozos petroleros en la serranía del Sararenda, el campamento central de YPFB y las principales dependencias de la industria petrolera. Era este viaje además de estudio y debíamos al retorno a Sucre escribir sobre nuestras impresiones. Con el sofocante calor de Camiri, en los ratos libres de visitas oficiales, concurríamos a las heladerías que eran varias y los lugares de concentración de todos los alumnos visitantes. La presentación de nuestra velada artístico-musical, que contemplaba, coros, canto, danzas, esquech cómicos e incluso la demostración de técnicas futbolísticas del alumno Carlos Castel, se realizó en el Teatro Petrolero Carmela Cerruto de Paz Estensoro con un lleno total que significó el éxito del viaje. Así se había hecho realidad éste viaje, que por ser algo extraordinario en la vida de las escuelas de aquel tiempo, merecen mi remembranza porque efectivamente fue algo muy interesante y que asimismo fue retribuido con la visita de los Camireños a Sucre donde igualmente les hicimos todas las atenciones mostrándoles lo mejor de la ciudad Capital y especialmente la industria del Cemento al visitar la Fábrica FANCESA.
EN MEMORIA DE UN GRAN AMIGO
Es el día 20 de enero de 2007 y desde la mañana llueve copiosamente sobre Santa Cruz de la Sierra que muestra un encapotado y gris cielo del que llegan fuertes truenos que entristecen más, los momentos vividos hace apenas unos minutos. En medio de muchos familiares y amigos fui parte del adiós plañidero y doloroso que dimos a un ejemplar amigo en su viaje a la eternidad. Constaté en la despedida que mucha gente le dio, la intuición que sentía en adolescente cuando compartía vacaciones con éste gran hombre, y descubría en él tantas virtudes que solo podían depararle una vida plena de logros y éxito. Estoy escribiendo sobre Luís Felipe Aponte Rosell. Mi querida hermana Irma contrajo matrimonio con Rubén Aponte Román, padre de Luís Felipe, por lo que nació esa relación familiar que dio lugar a compartir varios momentos de la vida en Monteagudo. Felipe que vivía en Camiri, generalmente nos visitaba en las vacaciones y era un hermano más que disfrutaba de nuestros momentos de infancia y adolescencia allá en la casa grande paterna. Siempre fue excelente alumno y nos lo mencionaban como ejemplo. Nos unía especialmente nuestra afición por el futbol y era esperado el Camireño para refuerzo de nuestro equipo de la calle “Bolivar”, contendor en el clásico callejero del de la “Sucre”. Recuerdo entre otros a Jimmy Céspedes, Edgar Flores, Valerio Chavez, Ramoncito Menduiña, Ceferino Chavez, José Flores, que hacíamos gala de tener un refuerzo camireño en el equipo. Los contendores eran Juanito Lavardenz, Freddy Mita, Keko Zardán, Negro Nuñez y otros con los que disputábamos reñidos encuentros en la cancha. Felipe logró su bachillerato en Camiri y con el prometedor futuro que tenía, su padre lo envió a estudiar Ingeniería Geológica en La Plata – Argentina. Pueden imaginar cómo en las vacaciones lo esperábamos para seguir practicando nuestro deporte favorito. Llegaba con esa pinta de joven argentino, propia de los estudiantes de aquellos tiempos (como Palito Ortega), con calzados tipo mocasín bajitos y bien lustrados, pantalones bota ancha de poliéster, lindisimas camisas argentinas y el cabello bien engominado que mostraba un peinado perfecto e impecable. Aclaro sí que no era fantoche como los gauchos, sino más bien muy sencillo y al mismo tiempo sumamente cuidadoso con su aspecto. Un personaje que era atracción en los bailongos que organizábamos luego de los partidos de futbol y en los que consumíamos de bebida el delicioso refresco Fla vor aid. Nuestro lugar de encuentro y hoy de recuerdos, fue Monteagudo. Felipe respetaba tanto a mi padre, que lo consideraba como suyo también. Un tiempo mantuvimos correspondencia y nunca olvidaré los consejos, que sin ser mucho mayor, me daba, respecto a la vida y los estudios. Hoy me enteré que en su vida adulta de exitoso y prestigioso profesional (Geólogo) fue guía y consejero de muchos jóvenes que hoy lloran su partida. Estoy seguro que Felipe, como hoy en su funeral, me incitó a escribir algo sobre los momentos de infancia que pasamos en Monteagudo, inspirará a muchos a vivir una vida digna y sencilla. Siempre lo recordaré con afecto y admiración.